martes, 23 de julio de 2019

LA MUCAMA DE OMICUNLÉ


LA MUCAMA DE OMICUNLÉ

Rita Indiana

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Olokun
El timbre del apartamento de Esther Escudero ha sido programado para sonar como una ola. Acilde, su mucama, afanada con las primeras labores del día, escucha como alguien allá abajo, en el portón del edificio, hunde el botón hasta el fondo y hace que el sonido se repita, restándole veracidad al efecto playero que produce cuando se retira el dedo tras oprimirlo una sola vez. Juntando meñique y pulgar, Acilde activa en su ojo la cámara de seguridad que da a la calle y ve a uno de los muchos haitianos que cruzan la frontera para huir de la cuarentena declarada en la otra mitad de la isla.
Nudo

El manco abre el paso usando una cimitarra con su mano buena. Llevan unos cien cueros curtidos en rollos de diez cada uno, dos barriles de  bucán, un saco de sal en grano y batata. Cruzan la última barrera vegetal y salen a un arrecife color ceniza, caminando sobre el mismo hacia el oeste. Llegan a un acantilado por el que bajan con la mercancía. Están en Playa Bo. La playa de los Menicucci es casi irreconocible, poblada de múltiples cardúmenes, los peces se arremolinan en centenas, algunos alcanzan el metro y pueden cogerse con la mano. Un galeón con las velas recogidas fondea a poca distancia de la orilla y dos botes de remo se acercan a recogerlos.

Desenlace

Giorgio cierra los ojos y mastica un hielo ruidosamente. Ve los somníferos robados al viejo Iván que Acilde se lleva a la boca. Perdidos, sin el indio escabullido durante la noche, Roque y Engombe huyen de los cascos de una cuadrilla que chapotea cada vez más cerca. Acilde baja la última pastilla con un buche de agua de su lavamanos y se recuesta en la camita. El peso de sus párpados clausura el acceso de Giorgio a la celda en la que ha vivido su cuerpo original. Siente que alguien muy querido está muriendo y adivina una lágrima en uno de sus ojos. La cuadrilla se le tira encima a Roque, que sin enjugarla levanta amenazante el arcabuz para acelerar el desenlace. El tiro que lo derriba deja el interior de Giorgio completamente a oscuras. Tras hablar de rap y política, había despedido a Said sin decirle una palabra sobre su futuro. Podía sacrificarlo todo menos esta vida, la vida de Giorgio Menicucci, la compañía de su mujer, la galería, al laboratorio. Linda recuesta la cabeza sobre sus piernas y él acomoda con un dedo el fleco mojado que le cae sobre la cara. En poco tiempo se olvidará de Acilde, de Roque, incluso de lo que vive en un hueco allá abajo en el arrecife.
(2015, Editorial Periférica.)

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