El valle de los
caballos
Jean M. Auel
Inicio
Estaba muerta. No importaba que
gélidas aguas de lluvia helada la despellejaran, dejándole el rostro en carne
viva. La joven entrecerraba los ojos de la cara al viento y apretaba su capucha
de piel de lobo para protegerse mejor. Ráfagas violentas le azotaban las
piernas al sacudir la piel de oso que las cubría.
Nudo
Y allí se quedó, sentada en su
pequeña caverna, sosteniendo al cachorro de león cavernario, meciéndolo
mientras él le chupaba los dos dedos, tan abrumada por el recuerdo de su hijo
que ni siquiera se percató d que las lágrimas que le bañaban el rostro goteaban
sobre el pelaje tupido.
Desenlace
A medida que se acercaba el
grupo, Ayla se volvió hacia Jondalar, con el rostro asombrado, maravillado:
–Esa gente, Jondalar, está
sonriendo –dijo–. Todos me sonríen.
(Editorial océano de México, S.A.)
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