martes, 2 de julio de 2019

El valle de los caballos


El valle de los caballos

Jean M. Auel

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Estaba muerta. No importaba que gélidas aguas de lluvia helada la despellejaran, dejándole el rostro en carne viva. La joven entrecerraba los ojos de la cara al viento y apretaba su capucha de piel de lobo para protegerse mejor. Ráfagas violentas le azotaban las piernas al sacudir la piel de oso que las cubría.

Nudo

Y allí se quedó, sentada en su pequeña caverna, sosteniendo al cachorro de león cavernario, meciéndolo mientras él le chupaba los dos dedos, tan abrumada por el recuerdo de su hijo que ni siquiera se percató d que las lágrimas que le bañaban el rostro goteaban sobre el pelaje tupido.

Desenlace

A medida que se acercaba el grupo, Ayla se volvió hacia Jondalar, con el rostro asombrado, maravillado:
–Esa gente, Jondalar, está sonriendo –dijo–. Todos me sonríen.

(Editorial océano de México, S.A.)

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