domingo, 19 de diciembre de 2010
El hostigante verano de los dioses
lunes, 12 de julio de 2010
Estrella distante
“Estrella distante”
Roberto Bolaño
Inicio
La primera vez que vi a Carlos Wieder fue en 1971 o tal vez en 1972, cuando Salvador Allende era presidente de Chile.
Entonces se hacía llamar Alberto Ruiz-Tagle y a veces iba al taller de poesía de Juan Stein, en Concepción, la llamada capital del sur. No puedo decir que lo conociera bien. Lo veía una vez a la semana, dos veces, cuando iba al taller. No hablaba demasiado. Yo sí. La mayoría de los que íbamos hablábamos mucho: no sólo de poesía, sino de política, de viajes (que por entonces ninguno imaginaba que iban a ser lo que después fueron), de pintura, de arquitectura, de fotografía, de revolución y lucha armada; la lucha armada que nos iba a traer una vida nueva y una nueva época, pero que para la mayoría de nosotros era como un sueño o, más apropiadamente, como la llave que nos abriría la puerta de los sueños, los únicos por los cuales merecía la pena vivir.
Nudo
Pero volvamos al origen, volvamos a Carlos Wieder y al año de gracia de 1974.
Por entonces Wieder estaba en la cresta de la ola. Después de sus triunfos en la Antártida y en los cielos de tantas ciudades chilenas lo llamaron para que hiciera algo sonado en la capital, algo espectacular que demostrara al mundo que el nuevo régimen y el arte de vanguardia no estaban, ni mucho menos, reñidos.
Wieder acudió encantado. En Santiago se alojó en Providencia, en el departamento de un compañero de promoción, y mientras por el día iba a entrenarse al aeródromo Capitán Lindstorm y hacía vida social en clubs militares o visitaba las casas de los padres de sus amigos en donde conocía (o le hacían conocer, en esto siempre había algo forzado) a las hermanas, primas y amigas que quedaban maravilladas por su porte y por lo educado y aparentemente tímido que era, pero también por su frialdad, por la distancia que se adivinaba en sus ojos o como dijo la Pía Valle: como si detrás de sus ojos tuviera otro par de ojos, por la noche, liberado por fin, se dedicó a preparar por su cuenta, en el departamento, en las paredes del cuarto de huéspedes, una exposición de fotografías cuya inauguración hizo coincidir con su exhibición de poesía aérea.
Desenlace
Fuimos andando hasta mi casa. Allí abrió su maleta, extrajo un sobre y me lo alargó. En el sobre había trescientas mil pesetas. No necesito tanto dinero, dije después de contarlo. Es suyo, dijo Romero mientras guardaba la carpeta entre su ropa y después volvía a cerrar la maleta. Se lo ha ganado. Yo no he ganado nada, dije. Romero no contestó, entró a la cocina y puso agua a hervir. ¿Adónde va?, le pregunté. A París, dijo, tengo vuelo a las doce; esta noche quiero dormir en mi cama. Nos tomamos un último té y más tarde lo acompañé a la calle. Durante un rato estuvimos esperando a que pasara un taxi, de pie en el bordillo de la acera, sin saber que decirnos. Nunca me había ocurrido algo semejante, le confesé. No es cierto, dijo Romero muy suavemente, nos han ocurrido cosas peores, piénselo un poco. Puede ser, admití, pero este asunto ha sido particularmente espantoso. Espantoso, repitió Romero como si paladeara la palabra. Luego se rió por lo bajo, con una risa de conejo, y dijo claro, cómo no iba a ser espantoso. Yo no tenía ganas de reírme, pero también me reí. Romero miraba el cielo, las luces de los edificios, las luces de los automóviles, los anuncios luminosos y parecía pequeño y cansado. Dentro de muy poco, supuse, cumpliría sesenta años. Yo ya había pasado los cuarenta. Un taxi se detuvo junto a nosotros. Cuídese, mi amigo, dijo finalmente y se marchó.
(Editorial Anagrama S.A., 1996)
sábado, 10 de julio de 2010
Orgullo y prejuicio
“Orgullo y prejuicio”
Jane Austen
Inicio
Es una verdad reconocida por todo el mundo que un soltero dueño de una gran fortuna siente un día u otro la necesidad de una mujer.
Aunque los sentimientos y opiniones de un hombre que se halla en esa situación sean poco conocidos a su llegada a un vecindario cualquiera, está tan arraigada tal creencia en las familias que lo rodean, que lo consideran propiedad legítima de una u otra de sus hijas.
Nudo
¡Objeciones contra Jane!, se decía a sí misma. ¡Contra ella, que es todo amabilidad y ternura! Es inteligente, talentosa y educada, posee modales cautivadores.
Nada malo puede decirse de mi padre, quien, a pesar de sus rarezas, posee aptitudes que no desdeñaría el propio Darcy y una respetabilidad que éste acaso nunca alcance. Cuando pensó en su madre, su confianza vaciló un poco, pero no pudo conceder que ninguna objeción pudiera ser de peso para Darcy, cuyo orgullo -de ello estaba segura- se vería más profundamente herido, por la falta de categoría de los parientes de su amigo que por su carencia de sentido común, y quedó al din convencida de que había sido guiado en parte por la peor clase de orgullo y en parte, también, por su deseo de reservar a Bingley para su hermana.
La agitación y las lágrimas que tales reflexiones causaron en ella, le produjeron jaqueca, y aumentó tanto ésta por la tarde que, sumada a su resolución de no ver a Darcy, la indujo a no acompañar a sus primos a Rosings, donde estaban invitados a tomar el té. Mrs. Collins, al advertir que se encontraba verdaderamente indispuesta, no la instó a que fuera, e impidió que su marido lo hiciese ; pero Collins no pudo ocultar su temor de que Lady Catherine le disgustara el que se quedase en casa.
Desenlace
Lady Catherine se indignó mucho con el casamiento de su sobrino; y como abrió la puerta a su genuina franqueza al contestar la carta en que él le comunicaba su compromiso, usó un lenguaje tan extremado, en especial al referirse a Lizzy, que por un tiempo cesó toda relación. Pero al final, por influencia de Lizzy, se dejó persuadir de perdonar la ofensa y buscó una reconciliación; y tras algo más de resistencia por parte de su tía, el resentimiento de ésta cedió ya por afecto hacia él, ya por curiosidad de ver cómo se conducía su esposa, y así se dignó visitarlos en Pemberley, a despecho de la contaminación que sus bosques habían sufrido no solo con la presencia de semejante dueña, sino por la visita de sus tíos desde la capital.
Con los Gardiner siempre estuvieron unidos por lazos de íntima amistad. Tanto Darcy como Lizzy les profesaban cariño sincero. Ambos les estaban muy agradecidos, pues no olvidaban que habían sido quienes, al llevar a Lizzy al condado de Derby, habían facilitado su anhelado matrimonio.
(Random House Mondadori S.A., 1997)
martes, 20 de abril de 2010
La Marquesa de Yolombó
sábado, 17 de abril de 2010
Una primavera para Doménico Guarini
lunes, 12 de abril de 2010
Una novela china
“Una novela china”
César Aira
Inicio
Una historia, cualquiera, se desvanece, pero la vida que ha sido rozada por esa historia queda por toda la eternidad. El recuerdo se borra, pero queda otra cosa en su lugar. La tierra toma formas eternas, mientras que el agua se adapta a la fugacidad de las cosas, transcurriendo sobre ellas. No se pierde en los repliegues de la multiplicidad sino que toma de ellos una cualidad de infinito que la vuelve perfecta e inmodificable. En cuanto al aire, es un destino de las cosas y las vidas; cuando sólo el recuerdo se aferra a los giros de una hoja desprendida, el vacío que ha cavado en el aire intermedio entre los cielos delicadamente superpuestos y la tierra opaca resplandece de pronto, en una eternidad que imita la del silencio y oyen los que tienen el oído muy aguzado. Pero las vidas pasan, y con ellas todo lo demás: civilizaciones, imperios, y hasta la visión y la belleza de los paisajes en su ciclo acuarelado de estaciones. No lo creemos, pero es así. Nunca podremos creerlo, porque nos distrae la irisada contemplación de nuestras propias vidas que se reflejan en otros, en otros innumerables, a veces amados. La ciencia de la Historia ha creado un gran malentendido en ese aspecto. Sucede que, por definición, la Historia no admitirá que es irreal. Y sin embargo deberíamos buscar en la irrealidad su definición.
Nudo
Distraído en esa contemplación de la luna y de la oscuridad móvil y turbulenta tras la cual aparecía, tropezó y tuvo la mala suerte de caer de cara en el barro: un desastre. Afortunadamente no se lastimó, pero eso fue peor para su ropa: al no encontrar ningún punto de resistencia en la caída, se hundió en un lodo que lo revistió de pies a cabeza. Se levantó, chorreante e incómodo, y debió hacer el resto del camino con los brazos y piernas abiertos. Lo peor fue que le provocó risas a la señora Whu, y asustó consiguientemente a Hin, que ya estaba con el camisón puesto, con una colección de dibujos recortados dispuesta a lo ancho y largo de la mesa. Se preparó él mismo el baño, y una vez en el agua, que aromó con hierbas, pensó: Esta mujer debe odiarme. Era una de esas cosas sin motivo, que tantas veces asoman en la vida.
Final
El resto fue trivial y cortés; se casaron para las fiestas de la primavera. Tienen dos hijos, el mayor ya en la universidad. Lu Hsin cumplió setenta años hace poco, goza de excelente salud, y sus trabajos prosperan. Actualmente dirige un proyecto comunal de forestación de alturas en las montañas Verdes
(Editorial De Bolsillo, 2004)
domingo, 11 de abril de 2010
Una novelita lumpen
“Una novelita lumpen”
Roberto Bolaño
Inicio
Ahora soy una madre y también una mujer casada, pero no hace mucho fui una delincuente. Mi hermano y yo nos habíamos quedado huérfanos. Eso de alguna manera lo justificaba todo. No teníamos a nadie. Y todo había sucedido de la noche a la mañana.
Nudo
Su nombre real era Giovanni Dellacroce. Eso ni el boloñés ni el libio lo sabían, menos aún mi hermano, que en esta historia, siento decirlo, hizo el papel de primo, que era a lo que abocaba su edad y su falta de estudios. Su nombre artístico era Franco Bruno. La gente lo llamaba Mister Universo, pues había obtenido ese título dos veces, ambas al principio de la década de los sesenta, o Maciste, que fue el personaje que interpretó en cuatro, tal vez cinco, películas, todas de gran éxito, tanto en Italia como en el resto del mundo. Había nacido en Pescara, pero desde los quince años vivió en Roma, en un barrio de los suburbios, Santa Loreto, al que consideraba su barrio y por el que sentía, en ocasiones, una gran nostalgia, aunque cuando la fortuna estuvo de su lado compró la casona de via Germanico donde yo lo conocí la noche en que me llevaron.
Desenlace
Durante muchos días, sin embargo, estuve a la espera de una mala noticia. Leía la prensa (no todos los días porque no teníamos dinero para comprar el periódico a diario), veía la tele, escuchaba las noticias de la radio en la peluquería, temerosa de encontrar la figura final de Maciste tirado en el suelo, en medio de un charco de sangre (su sangre fría), y junto a él las fotos tipo carnet del boloñés y del libio, mirándome con nostalgia desde una página o desde la pantalla de nuestra tele que ya era realmente nuestra y no de nuestros padres muertos, como si las fotos de ellos, los asesinos y la víctima, el asesino y las víctimas, fueran la señal de que en el exterior aún persistía la tormenta, una tormenta que no estaba localizada sobre el cielo de Roma, sino en la noche de Europa o en el espacio que media entre planeta y planeta, una tormenta sin ruido y sin ojos que venía de otro mundo, un mundo que ni los satélites que giran alrededor de la Tierra pueden captar, y donde existía un hueco que era mi hueco, una sombra que era mi sombra.
(Editorial Anagrama, S.A., 2009)