martes, 20 de abril de 2010

La Marquesa de Yolombó

"La Marquesa de Yolombó"
Tomás Carrasquilla



Inicio



Es en los promedios del siglo XVII.

Entre las familias españolas establecidas en San Lorenzo de Yolombó, descuella en primera línea la de Don Pedro Caballero y Doña Rosalía Alzate. El es rubio y aragonés; ella, morena y andaluza; ambos apuestos y aventajados de figura, amables al par de imponentes en su trato. Don Pedro viene desde España nombrado, por compra que hizo del puesto, Regidor Mayor y Capitán a Guerra de esta villeja minera, que tanto promete. Pronto se hace notar por sus enérgicas actitudes, por su carácter ecuánime y francote, si no por sus aires e ínfulas de gran señor. No le va en zaga la esposa: es dama medio pulida, de mucho adobo y muchas galanuras; cantora, guitarrista, maestra de bailes y diversiones, hábil en labores caseras y, sobre todo esto, virtuosa y abnegada. Tanta cosa es la Sevillana que medio sabe leer y echar la firma. Desde su llegada se propone disipar las nostalgias, con todas las alegrías que su alma, cristiana y recursada, pueda extraer de estas montañas.



Nudo


Llega el momento en que la minera ha de conquistar a Doña Luz; y la señora prende la casa con el berrechín. Que gordura no era achaque; que todo eran embelecos de ese tal por cual de Vicente, para mandarla lejos y quedarse él negreando con toda comodidad, si no para salir de ella y casarse con muchacha bonita, como había hecho su taita. Que en ese camino, tan largo, iban a comérsela el sol y el sereno, la fatiga y la plaga, si no la picaba alguna serpiente; que ella no podía salir de su casa, porque tenía que comer siempre con arepa caliente, usar sus mismos trastos y tener a su negra Melchora, para que la ayudase en todo. Que de sólo pensar que puediera acostarse en cama extraña, se le revolvía el estómago; que ella no podía entenderse con gente forastera ni quería conocer ningún pueblo ni menos la tal Antioquia.


Desenlace


La Marquesa mira el cielo. Le parece tan lindo, tan nuevo aquel azul, con tanta nube blanca. Cierra los ojos con beatitud; y el sueño de los sueños la dobla, en los brazos del Señor.
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Por mucho tiempo, en las noches de luna, su sombra se perfila, franca y precisa, en cualquiera pared de esa plaza; aparece después un poco vaga; al fin, de ningún modo, porque las sombras de los muertos también mueren.


(Círculo de Lectores, 1984)

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