lunes, 12 de abril de 2010

Una novela china

Una novela china”

César Aira


Inicio


Una historia, cualquiera, se desvanece, pero la vida que ha sido rozada por esa historia queda por toda la eternidad. El recuerdo se borra, pero queda otra cosa en su lugar. La tierra toma formas eternas, mientras que el agua se adapta a la fugacidad de las cosas, transcurriendo sobre ellas. No se pierde en los repliegues de la multiplicidad sino que toma de ellos una cualidad de infinito que la vuelve perfecta e inmodificable. En cuanto al aire, es un destino de las cosas y las vidas; cuando sólo el recuerdo se aferra a los giros de una hoja desprendida, el vacío que ha cavado en el aire intermedio entre los cielos delicadamente superpuestos y la tierra opaca resplandece de pronto, en una eternidad que imita la del silencio y oyen los que tienen el oído muy aguzado. Pero las vidas pasan, y con ellas todo lo demás: civilizaciones, imperios, y hasta la visión y la belleza de los paisajes en su ciclo acuarelado de estaciones. No lo creemos, pero es así. Nunca podremos creerlo, porque nos distrae la irisada contemplación de nuestras propias vidas que se reflejan en otros, en otros innumerables, a veces amados. La ciencia de la Historia ha creado un gran malentendido en ese aspecto. Sucede que, por definición, la Historia no admitirá que es irreal. Y sin embargo deberíamos buscar en la irrealidad su definición.


Nudo


Distraído en esa contemplación de la luna y de la oscuridad móvil y turbulenta tras la cual aparecía, tropezó y tuvo la mala suerte de caer de cara en el barro: un desastre. Afortunadamente no se lastimó, pero eso fue peor para su ropa: al no encontrar ningún punto de resistencia en la caída, se hundió en un lodo que lo revistió de pies a cabeza. Se levantó, chorreante e incómodo, y debió hacer el resto del camino con los brazos y piernas abiertos. Lo peor fue que le provocó risas a la señora Whu, y asustó consiguientemente a Hin, que ya estaba con el camisón puesto, con una colección de dibujos recortados dispuesta a lo ancho y largo de la mesa. Se preparó él mismo el baño, y una vez en el agua, que aromó con hierbas, pensó: Esta mujer debe odiarme. Era una de esas cosas sin motivo, que tantas veces asoman en la vida.


Final


El resto fue trivial y cortés; se casaron para las fiestas de la primavera. Tienen dos hijos, el mayor ya en la universidad. Lu Hsin cumplió setenta años hace poco, goza de excelente salud, y sus trabajos prosperan. Actualmente dirige un proyecto comunal de forestación de alturas en las montañas Verdes


(Editorial De Bolsillo, 2004)

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