lunes, 20 de agosto de 2012

Bola de Sebo

"Bola de Sebo"

Guy de Maupassant

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Durante días y días los jirones del ejército en fuga habían pasado por la ciudad. No eran soldados, sino hordas en desbandada. Los hombres, con la barba larga y sucia, los uniformes hechos pedazos, avanzaban con paso cansino, sin bandera, sin mando. Todos parecían abrumados, derrengados, incapaces de pensar o de decidir nada, siguiendo adelante sólo por inercia, y apenas se detenían se caían del cansancio. Se veían sobre todo soldados movilizados, gente pacífica, rentistas tranquilos., inclinados bajo el peso del fusil; jóvenes marmitones de la Guardia Nacional, asustados, proclives a asustarse y a entusiasmarse, prestos tanto para el ataque como para la fuga; en medio de ellos algunos pantalones rojos, restos de una división destrozada en una gran batalla; sombríos artilleros en fila con soldados de infantería heterogéneos; y, de vez en cuando, el casco reluciente de un dragón de paso pesado que seguía no sin esfuerzo la marcha más ligera de los soldados de infantería.

Nudo

Los tres hombres subieron y se les hizo entrar en la más bonita habitación del hotel, donde el oficial los recibió arrellanado en un sillón, con los pies sobre el bordillo de la chimenea, fumando una larga pipa de porcelana y envuelto en un florido batín, sustraído sin duda en la casa abandonada de algún burgués de mal gusto. No se levantó, ni les saludó ni miró. Era un magnífico exponente de la grosería propia del militar victorioso.

Finalmente, al cabo de unos instantes, dijo:

-¿Qué quieguen ustedes?

El conde tomó la palabra:

-Deseamos partir, señor.
-No.
-¿Podría saber la causa de esta negativa?
-Pogque no quiego.
-Quisiera hacerle observar, con todos mis respetos, señor, que su general en jefe nos proporcionó una autorización de salida para llegar a Dieppe; y no creo que hayamos hecho nada para hacernos merecedores de su rigor.
-No quiego..., eso es todo... Fueden igse.

Los tres hicieron una reverencia y se retiraron.

Desenlace

El coche iba más deprisa al estar la nieve más dura; y hasta Dieppe, durante las largas horas mortecinas del viaje, en medio del traqueteo del camino, en el crepúsculo y luego en la profunda oscuridad del coche, continuó, con feroz obstinación, su silbido vengativo y monótono, obligando a los ánimos cansados y exasperados a seguir el canto de principio a fin, a recordar cada palabra aplicándola al compás.

Bola de Sebo seguía llorando; y a veces un sollozo que no había logrado contener se perdía, entre una estrofa y la otra, en las tinieblas.

(Random House Mondadori, S.A.)

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